La cloroquina ha sido uno de los fármacos más discutidos de las últimas dos décadas. Usada durante más de 70 años para tratar la malaria, se convirtió en un tema global en 2020, cuando se la promovió como posible tratamiento para el COVID-19. Pero lo que muchos creyeron que era una cura milagrosa resultó ser un ejemplo de cómo la urgencia puede distorsionar la ciencia. Hoy, su uso está claramente regulado, y su verdadero valor médico se entiende mejor que nunca.
¿Qué es la cloroquina y cómo funciona?
La cloroquina es un medicamento sintético que pertenece a la clase de los antipalúdicos compuestos químicos diseñados para matar o inhibir el crecimiento del parásito Plasmodium que causa la malaria. Fue desarrollada en la década de 1930 por científicos alemanes y luego ampliamente adoptada por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial para proteger a las tropas en zonas endémicas.
Funciona interfiriendo con la capacidad del parásito de digerir la hemoglobina en los glóbulos rojos. Sin esa fuente de nutrientes, el parásito muere. También tiene propiedades antiinflamatorias y moduladoras del sistema inmune, lo que explica por qué se probó en enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide y el lupus eritematoso sistémico.
La cloroquina se absorbe bien por vía oral y se distribuye en tejidos como el hígado, los riñones, los pulmones y el bazo. Su vida media es larga: puede permanecer en el cuerpo hasta 60 días. Esto significa que no se necesita tomarla todos los días, pero también aumenta el riesgo de acumulación tóxica si se usa mal.
Usos médicos aprobados: malaria y enfermedades autoinmunes
La malaria enfermedad infecciosa transmitida por mosquitos del género Anopheles, causada por parásitos del género Plasmodium sigue siendo la indicación principal y más estable de la cloroquina. Sin embargo, su eficacia ha disminuido en muchas regiones debido a la resistencia del parásito. En países como África subsahariana, ya no se recomienda como primera línea. Pero en zonas donde el parásito sigue siendo sensible -como partes de Centroamérica y el Caribe- sigue siendo una opción segura y económica.
En medicina interna, la cloroquina y su derivado más seguro, la hidroxicloroquina, se usan para tratar el lupus eritematoso sistémico enfermedad autoinmune crónica que afecta múltiples órganos, incluyendo piel, articulaciones, riñones y corazón y la artritis reumatoide enfermedad inflamatoria crónica que ataca principalmente las articulaciones. En estos casos, no cura la enfermedad, pero reduce la inflamación, alivia el dolor articular y previene daños a largo plazo. Muchos pacientes los toman durante años sin problemas graves, siempre bajo supervisión médica.
¿Por qué se asoció con el COVID-19?
En marzo de 2020, un pequeño estudio en Francia sugirió que la cloroquina, combinada con el antibiótico azitromicina, podría reducir la carga viral del SARS-CoV-2 en pacientes con COVID-19. El estudio tenía solo 24 pacientes, no tenía grupo de control adecuado, y fue ampliamente criticado por la comunidad científica. Pero ya era tarde: el entonces presidente de Estados Unidos lo promovió en redes sociales como una "cura potencial".
En cuestión de días, las farmacias se quedaron sin stock. Las personas compraban pastillas para prevenir la infección, sin receta, sin pruebas. Algunos incluso se intoxicaron por tomar dosis inseguras. En México, se reportaron al menos 12 muertes por sobredosis en abril de 2020. En Brasil, un paciente tomó un producto de limpieza para peces que contenía cloroquina y murió.
Lo que siguió fue una ola de estudios grandes y rigurosos. El Ensayo RECOVERY estudio clínico multinacional liderado por la Universidad de Oxford que evaluó tratamientos para COVID-19, que incluyó más de 11,000 pacientes, encontró que la cloroquina no reducía la mortalidad ni acortaba la estancia hospitalaria. La Organización Mundial de la Salud agencia de la ONU encargada de la salud pública internacional suspendió sus ensayos con cloroquina en junio de 2020. La FDA retiró su autorización de uso de emergencia en junio de 2020.
Efectos secundarios: riesgos reales, no hipotéticos
La cloroquina no es un medicamento inofensivo. Sus efectos secundarios pueden ser graves, especialmente si se usa sin supervisión médica. Los más comunes incluyen náuseas, vómitos, diarrea, dolores de cabeza y mareos. Pero los más peligrosos son los que afectan al corazón.
La cloroquina puede provocar una alteración del ritmo cardíaco llamada prolongación del intervalo QT anomalía eléctrica en el corazón que aumenta el riesgo de arritmias potencialmente mortales. En casos extremos, esto puede llevar a la torsades de pointes tipo de arritmia ventricular que puede causar muerte súbita. Personas con enfermedades cardíacas previas, problemas renales o hepáticos, o que toman otros medicamentos que también alargan el QT -como algunos antidepresivos o antibióticos- están en mayor riesgo.
La toxicidad ocular es otra preocupación. Con uso prolongado (más de 5 años), puede causar daño en la retina, lo que lleva a pérdida de visión irreversible. Por eso, los pacientes que toman cloroquina para el lupus deben hacerse exámenes oculares cada 6 a 12 meses.
En dosis altas, puede causar convulsiones, insuficiencia respiratoria y colapso cardiovascular. No hay antídoto específico. El tratamiento es de soporte: monitoreo cardíaco, ventilación mecánica y cuidados intensivos.
Cloroquina vs. hidroxicloroquina: ¿cuál es mejor?
La hidroxicloroquina derivado de la cloroquina con menor toxicidad, especialmente en el ojo y el corazón es la versión modificada que se usa hoy con más frecuencia. Es más soluble en agua, se absorbe mejor y tiene menos efectos secundarios graves. Por eso, es la primera opción para lupus y artritis reumatoide.
En malaria, ambas funcionan, pero la hidroxicloroquina se usa menos porque es más cara y menos efectiva contra ciertas cepas resistentes. La cloroquina sigue siendo útil en regiones donde el parásito no ha desarrollado resistencia, y su costo es una décima parte del de la hidroxicloroquina.
La clave está en el contexto: no hay un "mejor" en general. Depende de la enfermedad, la región geográfica, el historial del paciente y la disponibilidad.
¿Se puede usar hoy en día?
Sí, pero solo bajo prescripción médica y para indicaciones aprobadas. No se recomienda para prevenir ni tratar el COVID-19. Tampoco se debe tomar sin supervisión, ni en dosis altas, ni combinada con otros medicamentos que afecten el corazón.
En países como México, Colombia o España, la cloroquina sigue disponible en farmacias, pero solo con receta. Su venta sin receta fue prohibida en muchos lugares tras los incidentes de 2020. Los médicos que la recetan ahora lo hacen con cautela, con exámenes de sangre y electrocardiogramas previos, y con seguimiento constante.
La cloroquina no es un remedio milagroso. Tampoco es un veneno. Es un medicamento poderoso, con beneficios reales para ciertas enfermedades, pero con riesgos bien documentados. Su historia reciente nos enseña una lección importante: la ciencia no se decide por tweets, ni por emergencias, ni por deseos. Se decide por datos, por replicación, por tiempo.
Alternativas y próximos pasos
Para la malaria, hoy se usan combinaciones de artemisinina (ACTs) como la artemether-lumefantrina, que son más eficaces y menos propensas a la resistencia. Para el lupus, la hidroxicloroquina sigue siendo la base, pero se complementa con inmunosupresores como la azatioprina o el mycophenolato. Para enfermedades inflamatorias, los biológicos como el adalimumab han reemplazado a muchos tratamientos antiguos.
La investigación sobre la cloroquina no ha terminado. Se estudia su posible uso en otras infecciones virales, como el dengue o el zika, pero hasta ahora sin resultados concluyentes. También se investiga su papel en enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer, aunque los ensayos son muy preliminares.
Lo que sí está claro es que no volverá a ser un medicamento de emergencia. Su lugar está en la medicina de larga duración, bajo control, con monitoreo. No en las redes sociales, no en las farmacias sin receta, no en las decisiones por impulso.
¿La cloroquina cura el COVID-19?
No. Estudios grandes y rigurosos, como el ensayo RECOVERY de la Universidad de Oxford, demostraron que la cloroquina no reduce la mortalidad ni acorta el tiempo de recuperación en pacientes con COVID-19. La FDA y la OMS retiraron su autorización de uso de emergencia en 2020. Su uso para esta enfermedad no está respaldado por evidencia científica.
¿Puedo tomar cloroquina para prevenir la malaria si viajo?
Solo si tu destino está en una zona donde el parásito de la malaria sigue siendo sensible a la cloroquina, como partes de Centroamérica o el Caribe. En África, Asia o Sudamérica, la resistencia es común. Siempre consulta a un médico viajero antes de tomar cualquier medicamento. Se recomienda comenzar la toma una o dos semanas antes del viaje y continuar hasta cuatro semanas después de regresar.
¿Cuáles son los signos de toxicidad por cloroquina?
Los primeros síntomas incluyen visión borrosa, dificultad para enfocar, sensibilidad a la luz o ver halos alrededor de las luces. También pueden aparecer mareos, ritmo cardíaco irregular, desmayos o dificultad para respirar. Si experimentas alguno de estos síntomas, deja de tomar el medicamento y busca atención médica inmediata. La toxicidad ocular puede ser irreversible si no se detecta a tiempo.
¿La hidroxicloroquina es más segura que la cloroquina?
Sí, en general. La hidroxicloroquina tiene un perfil de seguridad más favorable, especialmente en lo que respecta a la toxicidad ocular y cardíaca. Por eso es la opción preferida para enfermedades autoinmunes como el lupus. Sin embargo, sigue siendo peligrosa si se usa sin control médico. No es un medicamento de libre venta.
¿Puedo comprar cloroquina sin receta?
En muchos países, incluyendo España, México y Estados Unidos, la venta sin receta de cloroquina fue prohibida tras los incidentes de 2020. En algunos lugares aún se encuentra en farmacias, pero solo con prescripción médica. Comprarla sin receta es peligroso y puede ser ilegal. Nunca debes tomarla sin supervisión médica.