La cirrosis no es solo una enfermedad del hígado. Es el punto de no retorno de una lesión crónica que, con el tiempo, convierte un órgano vital en una masa de cicatrices. El hígado, que antes filtraba toxinas, producía proteínas y regulaba el metabolismo, ahora lucha por funcionar. Y cuando deja de hacerlo bien, el cuerpo entero lo siente. Aunque muchos creen que la cirrosis es algo que solo afecta a quienes beben en exceso, la realidad es más compleja: ahora, la enfermedad por hígado graso no alcohólico (MASH) es responsable del 24% de los casos en Estados Unidos, superando incluso a la hepatitis C. La cirrosis no se ve en una radiografía. Se descubre en los síntomas que pasan desapercibidos: fatiga que no se quita, hinchazón en las piernas, moretones que aparecen sin motivo, o confusión mental que se atribuye al estrés.
¿Qué pasa dentro del hígado cuando hay cirrosis?
El hígado tiene una capacidad asombrosa de regenerarse. Pero cuando el daño es constante -por alcohol, virus, grasa o enfermedades autoinmunes-, cada intento de curación termina en cicatriz. En lugar de células sanas, crece tejido fibroso. Este tejido no solo bloquea el flujo sanguíneo, sino que altera toda la arquitectura del órgano. Las venas que antes transportaban sangre con facilidad ahora están comprimidas. La presión aumenta. Eso es lo que se llama hipertensión portal: una presión en las venas del hígado que supera los 10 mmHg. Es el motor de casi todas las complicaciones graves.
Esta presión forza el líquido a escapar hacia el abdomen, causando ascitis. También hace que las venas del esófago se dilaten como globos, convirtiéndose en varices esofágicas, que pueden reventar y provocar hemorragias masivas. Y como el hígado ya no puede limpiar el amoníaco de la sangre, este tóxico llega al cerebro y causa encefalopatía hepática: confusión, olvido, somnolencia, incluso coma. Todo esto ocurre en un organismo que ya no produce bien las proteínas, ni coagula la sangre, ni metaboliza los medicamentos.
Las complicaciones que cambian todo
La cirrosis se divide en dos fases: compensada y descompensada. En la compensada, la persona puede sentirse bien. No hay síntomas evidentes. Pero eso no significa que esté sana. La función hepática está disminuida, y el riesgo de complicaciones crece cada mes. Cuando aparece la descompensación, todo cambia. La vida se vuelve una batalla diaria.
La ascitis es la primera señal de descompensación en la mayoría de los casos. Se presenta como una hinchazón abdominal progresiva. El tratamiento empieza con una dieta de menos de 2 gramos de sal al día -algo difícil de lograr si comes comida procesada- y diuréticos como la espironolactona. Pero el 10% de los pacientes no responde. Para ellos, se necesita una paracentesis: extraer hasta 5 o 6 litros de líquido en una sola sesión. Y ahí viene otro riesgo: la peritonitis bacteriana espontánea (SBP). Es una infección del líquido abdominal que mata entre el 20% y el 40% de quienes la padecen si no se trata rápido. Por eso, los médicos recetan antibióticos preventivos a quienes tienen ascitis.
Las varices esofágicas son otra bomba de tiempo. Aproximadamente un 30% de los pacientes con cirrosis las desarrollan. Si se rompen, la hemorragia puede ser mortal en minutos. El tratamiento preventivo incluye betabloqueantes no selectivos como el propranolol o el nadolol, que reducen la presión en las venas. Pero el método más efectivo es la ligadura con bandas, una endoscopia que aprieta las varices con pequeños elásticos. Aun así, el 60% de los pacientes vuelve a sangrar en un año si no se sigue el tratamiento. Y cada episodio aumenta el riesgo de muerte.
La encefalopatía hepática es la complicación más desgarradora desde el punto de vista humano. Las personas pierden la capacidad de pensar con claridad. Olvidan nombres, se confunden con fechas, se vuelven lentas. Algunos se vuelven agresivos o apáticos. El tratamiento principal es la lactulosa, un laxante que reduce el amoníaco en el intestino. Pero tiene un efecto secundario brutal: diarrea constante. Muchos pacientes dejan de tomarla porque les impide salir de casa. Recientemente, el rifaximina, un antibiótico que actúa en el intestino, ha demostrado reducir los episodios de encefalopatía en un 58% y disminuir los ingresos hospitalarios. Pero su costo es alto: más de 1.200 dólares al mes sin seguro.
Y luego está el cáncer de hígado. La cirrosis es el mayor factor de riesgo. Cada año, entre el 2% y el 8% de los pacientes desarrollan hepatocarcinoma. La buena noticia es que se puede detectar temprano. La guía recomienda una ecografía cada seis meses. Si se encuentra un tumor pequeño, las posibilidades de curación aumentan dramáticamente. Si no se detecta hasta que causa síntomas, el pronóstico es casi siempre fatal.
Cómo se mide la gravedad: Child-Pugh y MELD
No todas las cirrosis son iguales. Para saber qué tan grave es, los médicos usan dos sistemas: Child-Pugh y MELD. Child-Pugh evalúa cinco cosas: bilirrubina, albúmina, INR (coagulación), ascitis y encefalopatía. Se le da una puntuación de 5 a 15. Una persona con Child-Pugh A (5-6 puntos) tiene una supervivencia del 100% a un año. Una con Child-Pugh C (10-15 puntos) apenas llega al 45%. Es una diferencia abismal.
El sistema MELD es más preciso y se usa para priorizar trasplantes. Se calcula con tres valores: creatinina, bilirrubina e INR. Un MELD de 15 o más indica un riesgo alto de muerte en los próximos tres meses. Pero aquí hay un problema: alguien con encefalopatía recurrente puede tener un MELD bajo, pero su calidad de vida es devastadora. Algunos expertos dicen que este sistema no refleja el sufrimiento real. Por eso, desde febrero de 2024, el sistema de asignación de órganos en EE.UU. ha comenzado a incluir métricas de calidad de vida, no solo los números de laboratorio.
El manejo real: lo que funciona y lo que no
El manejo de la cirrosis no es solo medicación. Es un estilo de vida, un equipo y un plan. Para empezar, hay que identificar y tratar la causa. Si es hepatitis C, los antivirales de acción directa (como glecaprevir/pibrentasvir) logran una cura en el 95% de los casos, incluso con cirrosis compensada. Si es alcohol, la abstinencia es el único tratamiento que realmente funciona. Si es MASH, la pérdida de peso y los nuevos fármacos como el resmetirom (aprobado por la FDA en marzo de 2024) pueden revertir la fibrosis en más del 20% de los pacientes.
La dieta es clave. Menos sal. Más proteína. Menos azúcar. Y evitar cualquier medicamento que pueda dañar el hígado, incluidos los analgésicos comunes como el paracetamol en dosis altas. Un nutricionista especializado en enfermedad hepática es tan importante como el hepatólogo.
El seguimiento también debe ser estricto. Los pacientes con cirrosis descompensada necesitan visitas mensuales. Los compensados, cada tres meses. Se revisan los niveles de sodio, peso, función renal, y se evalúa si hay signos de nuevas complicaciones. Las enfermeras especializadas en hepatología han demostrado reducir los ingresos hospitalarios en un 32% con protocolos de alta claros: pesar diariamente, revisar medicamentos, educar sobre síntomas de alarma.
Y hay un factor que nadie puede ignorar: el apoyo emocional. En encuestas de la American Liver Foundation, el 78% de los pacientes reportan fatiga moderada a severa que les impide trabajar o cuidar de su familia. El 65% describen un "brain fog" que les hace perder concentración. Muchos se sienten aislados. Las comunidades en línea, como Reddit, muestran que quienes tienen un sistema de apoyo -familia, grupos de pacientes, terapia- tienen mejores resultados. La cirrosis no es solo una enfermedad del hígado. Es una enfermedad de la vida.
El trasplante: una segunda oportunidad
El trasplante de hígado es el único tratamiento que puede curar la cirrosis avanzada. Pero no todos son candidatos. Se evalúa el estado general, la capacidad de seguir el tratamiento post-trasplante, y la causa de la enfermedad. En el caso del alcohol, hay controversia: algunos centros exigen seis meses de abstinencia; otros, como la Universidad de Pittsburgh, han demostrado que pacientes con solo 30 días de abstinencia y buen apoyo social tienen una supervivencia del 82% a cinco años.
El costo promedio de un trasplante es de 812.000 dólares. Medicare cubre el 80%. Pero la lista de espera es larga: hay más de 11.000 personas esperando y solo 8.400 trasplantes se hacen cada año. El 12% de los pacientes mueren antes de recibir un hígado. Por eso, la detección temprana y el manejo adecuado son tan cruciales: evitar llegar a ese punto es el mejor resultado posible.
Lo que viene: nuevas esperanzas
La ciencia no se detiene. En 2024, un algoritmo de inteligencia artificial llamado "CirrhoPredict" logró predecir con un 88% de precisión qué pacientes se descompensarán en los siguientes 90 días, usando solo análisis de sangre rutinarios. Eso significa que podríamos intervenir antes de que ocurra la crisis. También hay fármacos en fase 2 que pueden revertir la fibrosis: inhibidores de la galectina-3 están mostrando una regresión del 18% en la cicatrización del hígado.
En 2030, los expertos predicen que al menos el 40% de los pacientes con cirrosis temprana podrán revertirla sin trasplante. Pero eso no cambia una cosa: hoy, el manejo de la cirrosis requiere disciplina, seguimiento constante y un equipo multidisciplinario. No hay milagros. Pero sí hay esperanza -si se actúa a tiempo.
¿Puede revertirse la cirrosis?
En etapas tempranas, sí. Si la causa se elimina -como dejar de beber, curar la hepatitis C o perder peso en caso de MASH-, el hígado puede sanar parcialmente. Los nuevos fármacos, como el resmetirom, también han demostrado reducir la fibrosis en hasta un 22,6% en un año. Pero una vez que se forma nódulos y distorsión estructural, la cirrosis es irreversible. El objetivo entonces es detener el progreso y prevenir complicaciones.
¿Qué alimentos debo evitar si tengo cirrosis?
Evita todo lo que contenga mucha sal: embutidos, enlatados, snacks, salsas y comida rápida. La sal empeora la retención de líquidos y la ascitis. También evita el alcohol por completo, incluso en pequeñas cantidades. Reduce el azúcar y los carbohidratos refinados, especialmente si tienes MASH. No tomes medicamentos sin receta, ni suplementos herbales, porque muchos son tóxicos para el hígado. La proteína es importante, pero en casos de encefalopatía avanzada, el médico puede recomendar ajustes.
¿Por qué me recetan lactulosa si me causa diarrea?
La lactulosa reduce el amoníaco en el intestino, que es lo que causa la confusión mental en la encefalopatía hepática. Aunque la diarrea es molesta, es el signo de que está funcionando. Si es demasiado intensa, el médico puede ajustar la dosis. Existe una alternativa: el rifaximina, que tiene menos efectos gastrointestinales y reduce las recaídas en un 58%. Pero es más cara. Lo ideal es combinar ambos si es necesario.
¿Cuánto tiempo vivo con cirrosis descompensada?
Sin tratamiento, la supervivencia media es de 1 a 3 años. Con manejo adecuado -diuréticos, antibióticos, ligadura de varices, dieta, seguimiento-, muchos viven 5 años o más. El trasplante mejora la esperanza de vida drásticamente: el 80% de los pacientes vive al menos 5 años después del trasplante. La clave está en detectar complicaciones temprano y actuar rápido. No es una sentencia de muerte, pero sí una condición que requiere atención constante.
¿Es cierto que la cirrosis solo afecta a los alcohólicos?
No. Aunque el alcohol es una causa común, ya no es la principal. Hoy, la enfermedad por hígado graso no alcohólico (MASH) es responsable del 24% de los casos, seguida por la hepatitis C (27%). También hay causas autoinmunes, genéticas, o por medicamentos. Incluso personas con sobrepeso, diabetes o colesterol alto pueden desarrollar cirrosis sin haber bebido nunca. La cirrosis no discrimina por estilo de vida: discrimina por daño crónico.